Pocos creerían que el realizador de esta película es el mismo que tuvo bajo su cargo Ichi the killer, Audition, Bijitâ Q, Sukiyaki Western Django, entre muchos otros. A pesar de que la versatilidad ha sido el sello de Takashi Miike durante toda su carrera, es un hecho que Ichimei y 13 assassins demuestran que el crudo estilo del director también se adapta perfectamente a trabajos serios que exhiben la madurez y experiencia que sólo se alcanza con los años.
Los factores que más resaltan en este filme son el pausado y dramático modo en que la historia se desenvuelve, la ausencia de situaciones bizarras y una disminución notoria en el gore, un par de características que otrora, eran muy arraigadas a los trabajos de Miike. A cambio, se obtiene algo que el director ya había expuesto con anterioridad, pero que ahora demuestra junto con su equipo de fotografía a plenitud: una impresionante capacidad de manipular iluminación opaca y repleta de colores muertos, permitiendo al espectador tener visión absoluta de todo lo que acontece dentro del universo grisáceo y sin perder detalle, a pesar de que en primera instancia todo luce muy oscuro.
La historia relata cómo un samurai desempleado llega a una importante casa para pedir la oportunidad de cometer seppuku (conocido también como hara-kiri, el honorable suicidio que consistía en que el samurai use la espada para cortar sus entrañas). Antes de que le permitan realizar la ceremonia, le cuentan la trágica historia de un joven que llegó con el mismo propósito, a la cual, el guerrero responderá con una importante revelación.
Con la actuación de la multifacética Hikari Mitsushima (Kakera, Love exposure, Sawako decides), Ichimei cuenta cómo existe el honor incluso en los actos de venganza. Tal vez a los seguidores de vieja escuela de Miike no les agrade este cambio, pero eso no resta crédito al director, quien coordinó a su elenco para conseguir un buen largometraje, orientado hacia un punto más artístico.
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